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Esta vez va en serio

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Obrint portes, abriendo puertas, opening doors. Todo está en su punto para el abordaje. Son tres décadas las que han pasado desde que las agujas de muchos chicos que ensayaban su mejor flequillo aterrizaran en el primer surco del EP Barcelona Blues (Flor y Nata) y el nuevo disco de Brighton 64 arranca con la voz en off de un ascensor que les chiva que AHORA es el momento. Ya no hay fiestas en la Vall d’Hebron y las canciones que se repiten en bucle son otras (y peores), pero ni Roger Daltrey se tomaba en serio aquello de I hope I die before I get old y muchos inquilinos de la casa de la bomba firmarían a día de hoy, como ya hicieron They Might Be Giants, aquello de I hope I get old before I die.

Esta vez va en serio, avisan en el título los hermanos Gil, pero un escritor inglés nos dijo hace mucho que lo contrario de divertido no es serio, sino aburrido, así que Brighton 64, afiladores del formato pop y sastres del estribillo, no olvidan en su regreso los complementos del humor, la rabia y la elegancia que mostraban ya entonces, en los ochenta, cuando la conexión cromática de las banderas del Barça y de la diana de la R.A.F. hizo evidente que una escena mod, de querencia sixty pero de vocación modernista y, por tanto, presente (¡aquí!, ¡ahora!) y avanzada, era justa y necesaria.

Modernistas, por mucho que hayan crecido, nosotros siempre los llamaremos modernistas. Así que ya en la primera canción encontramos los fogonazos de fetiches y palabras, de nombres de cosas que se tocan y se gozan. A las narices alineadas de algunos trabajos donde uno se apaga, lo escribió su adorado escritor con traje blanco Tom Wolfe, rodeado de la mesa, los Biros, los clips, la cinta adhesiva, la nariz, los ojos, la corbata, la cabeza, la esposa. Recto, honesto, correcto, la llama de sus filias sigue ardiendo, alguien ha velado el fuego todos estos años, con los detalles que se pueden rastrear en Solo hasta el final: zapatos rojos, corte singular, los amigos, Chuck Berry, el billar. Los chicos de la casa de la bomba surfean por todos esos referentes que son pequeños refugios antiaéreos para guarecerse de la que está cayendo. Son sísifos del punk alicatado y del mod revival que por mucho que maduren o que cambien afinarán, aunque sea a otras horas y en otros escenarios, sus dotes como compositores pero jamás rechazarán las luces de la pista, donde seguirán girando y girando. You can burry me a mod, les dijo un padrino. Sí, claro, pero con matices, siempre con algún matiz.

Brighton, con su mágico número como apellido de abolengo: 64 (tierra y año de guerra juvenil), fueron el equivalente pop de esos exploradores que traían especias de lugares remotos para usarlas en nuevas recetas autóctonas. Poco antes de sus viajes a Londres, los Purple Hearts habían tocado en el Bridgehouse del este del Londres y The Chords habían cegado el techo de otro club del sur de la capital con sus flechas mientras muchos veían en el cine cómo Jimmy se deshacía en 1979 de su moto y ellos espiaban en su garaje a ver si algún hermano o tío guardaba aún la suya desde los sesenta. La acción de Quadrophenia transcurría en el 64 (la cifra), pero ellos sabrían adaptar todo ese universo (las solapas estrechas, los dobladillos milimetrados, las miradas con eyeliner al espejo) a la nueva década. Los hermanos Gil lo hicieron en Barcelona. Todo el mundo lo vio cuando aparecieron en el programa Musical Express en 1982, epifanía tras la que muchos se hicieron con chapas de Naranjito o Nucleares No y garabatearon encima los nombres de sus bandas favoritas, de antes (antes siempre es: en los sesenta) y de ahora (ahora era: en los ochenta). Pronto viajarían con ellos todas esas bandas que compartirían escenario y aparecerían en el recopilatorio Mi generación (editado, primero en los noventa y luego recientemente, por dos discográficas pilotadas por el entorno de los Gil: Al.leluia Records y Bi-bip Records).

Esta vez va en serio es un manifiesto de las cosas que importan, pero siendo plenamente conscientes de que incluso los trajes a medida pueden quedarle escasos a uno cuando pasa el tiempo y de que no cabe la opción de rendirse al chándal, pero sí que es necesario encargar uno nuevo. Los amigos envejecen y los bares cambian de nombre, pero algunas ideas no se funden. Así que, en tiempos de ruido sin melodía, hay que buscar las cosas esenciales que no fallan jamás (sí, los besos sin final en Soy así de simple (… y creo en el amor), pero también mirar el calendario y saber dónde estamos y que algunos años nunca volverán. Los chicos del compás, por ejemplo, Dime donde están los amigos, los amantes del compás, los chicos borrachos de ritmo y de noches sin final, es la canción nostálgica perfecta y uno debe saber buscar la tranquilidad en el ritmo La magia de la calle: No quiero que me hables de lo que fui…, la casa de la bomba nunca la vi.

Brighton 64 dicen muy buenas con este disco a nuevos sonidos (siempre lo hicieron: primero con trompetas Tamla o colores pop-art, luego, incluso, con palmas de rumba) y a nuevos placeres (La compra del día, la magia en la calle, la ropa tendida, los coches rodando, los chicos gritando, cantan, más serenos), así que Adios bola, adiós cadena, adiós para siempre adiós al inmovilismo. Hay actualizaciones de La calle del ritmo de Los Elegantes, encontramos rhythm’n’blues trotones a lo The Missing Links, cohetes a lo Fleshtones y también medios tiempos preñados de energía y freakbeat de The Koobas; hay himnos nuevaoleros, hay canciones (Banderas blancas, power pop destiladísimo) que ya sonaron en directo en su día y también aires de campestres de Sweetheart of the Rodeo de The Byrds. Hay pop a secas, del que no se gasta ni destiñe ni con mil lavados y vueltas en el tocadiscos, pero también hay letras con guiños a su parroquia sobre abrigar a tu chica con la capucha de la parka y otras que son el equivalente de la escena mod de aquellos cuadros de costumbres tan ácidos del siglo XIX que firmaron escritores catalanes; pero si éstos hablaban sobre la impertinencia de las visitas o sobre las peculiaridades de los velatorios, Brighton 64 se despachan sobre advenedizos o pinchadiscos con olor a naftalina que no saben adaptarse y que sólo viven la música para epatar al de al lado (Ese single rancio que compraste ayer, a espaldas de tu mujer): Ten clemencia y pon la conocida, les suplican a gritos. Una canción más en la jugosa tradición de hits que arrancan con guiño a I can’t explain de The Who (ese canon paralelo a otros como las-canciones-que-empiezan-como-Be my baby)

Hay himnos pop de cara A, hay B sides gloriosas de single que acaban robándole el plano a la cara oculta del plástico negro, hay compás del que jamás acabará en objetos perdidos. Algunos de los oyentes de Esta vez en serio habrán accedido al universo Brighton 64 a través de Matamala, su banda durante los noventa, otros simplemente llamados por ese primer relámpago con el que uno abraza La Vida mod (o, al menos, con el que se encariña con su ideal), otros llegarán sin más equipaje que el de buscar eso aparentemente tan sencillo, pero tan difícil de encontrar: las buenas canciones de menos de tres minutos. Porque, si bien no hay espejo más favorecedor que el retrovisor que enfoca a la nostalgia, los padrinos del revival sixty barcelonés han vuelto a abrir puertas, dispuestos a obrir portes, están opening doors, y ahora dan un taconazo (zapatos grises puntiagudos de piel de cocodrilo, calcetines rosa neón de nylon hasta el tobillo, como mandan los cánones de la novela Principiantes, de Colin MacInnes) con calzado de antes que parece más nuevo que el recién comprado. Y luego… gas, porque si uno no airea eso con lo que se mueve, eso que le mueve a hacer todo, corre el riesgo de que el motor se niegue a rugir. Esta vez va en serio, Brighton 64 apuntan de nuevo a la mejor diana, la que en el centro tiene incrustada la llamarada de la mejor melodía pop.

Miqui Otero.

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