Amigos desde el jardín de infancia, Dulce Pájara de Juventud, banda nacida en el cinturón industrial de Barcelona (el Baix Llobregat), irrumpieron sin avisar hace un par de años, con su debut homónimo y nos dejaron a todos, literalmente, con la boca abierta. Dos años pueden parecer poco tiempo, pero éstos cuatro chicos han sabido sacar el máximo partido, a nivel vivencial y creativo, de la oportunidad que aquel primer trabajo les ofreció.
Dos años de conciertos, pasando por salas pequeñas (entre otros ganaron el premio Fnac y realizaron una gira nacional) y por grandes escenarios como el escenario Rayban del Primavera Sound 2014 o abrir como teloneros a la reconocida banda The Pains of Being Pure at Heart, del underground al concierto de masas y de vuelta al underground sin despeinarse, los Dulce Pájara de Juventud han observado, curiosos, la reacción del público y han explorado sus propias posibilidades hasta cambiar su sonido casi sobre la marcha, mutando prácticamente en directo y dejando atrás la adolescencia y los hits para avanzar gradualmente hasta su segundo disco.
Resulta ciertamente difícil hablar de Triumph sin caer en la grandilocuencia, pero no nos llevemos a error: Estamos ante un disco grandilocuente, de arrebatos. De melodías que se alargan hasta el infinito sin pudor alguno de aburrir a la audiencia. Un disco exigente, arriesgado y valiente que crece y cambia a cada escucha. Un disco sugerente a ratos, potente y llevado al extremo, pensado como un todo.
La banda se pasea sin miedo por la oscuridad, desde Triumph, el tema que abre el disco para encender una pequeña aunque gótica luz en Saying all Goodbyes on Fire y, acto seguido hacernos una finta y colocarnos metafóricamente en un tráiler park de los suburbios, con guitarras sucias y rejas electrificadas en Manantial, para dejarnos caer desde arriba con Freakin Tales, una balada luminosa, con aires de letanía y de ahí, otra vez para arriba hasta el final del disco.
Si el Triunfo es ponerse al límite, creedme: Dulce Pájara han llevado la máxima hasta sus mejores consecuencias y, al hacerlo, han engendrado un disco que sin huir de hits indiscutibles de esencia pop, como Lapidation, afirma su propia personalidad en los riffs de guitarra interminables y poligoneros de Bruno Banani, aderezado con arreglos que a primera vista podría parecer imposible encajar con la voz casi susurrada de Ricard Izquierdo y la elegancia de Sarai Garrido al bajo.
Si la tríada ya era potente y dispar en su origen, con Triumph llega también la incorporación de Víctor García a la batería, quizá la pieza que faltaba en el sonido de DPJ, entre la potencia noventera y la voluntad virtuosista que han ido madurando a lo largo de estos años de aprendizaje.
Muchas veces se utiliza el adjetivo épico con demasiada facilidad, pero creo que no me equivoco si afirmo con rotundidad que Triumph está cargado de épica en un sentido amplio Una épica sin tapujos, exigente y calculada, pensada hasta el milímetro. Una grandeza que se enquista y deja tras la escucha una rara incertidumbre sobre el límite entre la belleza, la oscuridad, el amor y el odio. Un cosquilleo indeterminado pero tan real que casi se puede tocar con los dedos.