Los lemas grabados en los pupitres, garabateados en las puertas de los lavabos, en las barandillas de goma de las escaleras mecánicas, en las mesas de formica de las bodegas; las frases forradas en las carpetas, escritas en las chapas, estampadas en las camisetas y en la piel. Berreadas en los conciertos, en las manifestaciones, en la cola del Inem, en la cola de la panadería y canturreadas en las salas de espera y hasta en las reuniones del AMPA. Coreadas en los portales con Xibeca antes, gritadas en el escenario siempre, recordadas durante los vermús de ocho horas, pinchadas en barbacoas con tocadiscos y susurradas a los hijos que acaban de nacer, aquí y ahora. Las cosas que importan, verdades por las que no pasa el tiempo. Ayer y mañana, ayermañana: las canciones de The Bite.
SÍ: a decir sí, a decir yeah, a los coros en clave de la y a los cánticos en clave de lo, a ir siempre al centro de las cosas, a buscar la acción, a los niños raros que brillan, a los perdedores que ganan, a la cerveza del viernes por la tarde, cuando el mundo secreto sale a la luz y hay gresca y tintineo de quintos, a las Rickenbacker trucadas, a Secret Affair y a Sugar Minott, a Orwell escuchando las trompetas precarias de sus compañeros, a tocar por el placer de tocar, de tocar más rápido, de tocar más puro; sí a cuidar de ti mismo, a cuidar de los tuyos, a pertenecer, a una idea que no se gasta, a una idea que es como un insecto en una bola de ámbar: brilla y durará milenios; sí también a decir No.
NO: a decir siempre sí, a pensar que todo es relativo, a los ricos sin caries de genética privilegiada, a los cenutrios vigoréxicos con cerebro de nuez, a su pavoneo fascista, a los tertulianos que funcionan a monedas como las teles de los hospitales públicos, al doblepensar de Orwell y a las cámaras de vigilancia en la plaza Orwell, no a los ukeleles con flores y a los charlatanes y veletas y trepas; no de no pasarán, no a dejar de tocar, nunca.
The Bite han vuelto con Right Down Your Alley y dicen todo eso y más. The Bite son casa, la orquesta de nuestros momentos mejores, el karaoke de la algarada, los riffs que nos convierten en caniches de Pavlov enloquecidos: que nos hacen mover la cola, pedir cerveza, chasquear, salir a la calle, marchar, abrazar cosas simples y hermosas. Como sus canciones. Canciones que son un mordisco: duras, pequeñísimas, pero que dejan sabor y eco.
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