Colomo lo ha conseguido. Ha conseguido lo que tantos persiguen y tan pocos encuentran: un estilo inconfundible. En las canciones más antagónicas en cuanto género, lengua o instrumentación, se le reconoce. ¿Qué cauce invisible permite que las aguas tumultuosas de su eclecticismo de base corran raudas y enamoren cualquier oreja que se les ponga por en medio? Un cierto toque subterráneo o sobrevolador, la combinación de un universo melódico melancólico y un imaginario lírico cotidiano, de rima y temas cercanos. Colomo cada vez es mejor compositor, mejor sastre: teje sin estridencias,
leve, y ya no se le ven las costuras. La segunda vez que escuchas Sistema alguna cosa te atrapa y aún no sabes el qué. Cuando te lo pones por tercera vez —y todas las innumerables siguientes— las canciones te van fascinando más y más y vas descubriendo que el disco es, en verdad, un collar de perlas. Como un pescador de ostras, te zambulles vía oreja y no tardas en deslumbrarte con cada una de estas perlas escondidas: unas marimbas preciosas (gracias al gran Marc Clos), unos coros clavados (la voz clara de Inés), una declaración de dudas existenciales («Qué hago yo aquí / soy un falso, yo»), una deliciosa oda al aguacate (!), canciones que son clásicos instantáneos (“Les coses”, “Núcleo duro”), versos desencantados («els somnis esdevenen neguits»), humorísticos («despertador, muere por favor»), o revolucionarios («que nos dejen en paz / que se coman su ley») y de golpe y porrazo aparecen un saxo y un piano que flipan (Adrià Bauzó y Guillem Caballero, respectivamente, en “Cants de sirena”) Sistema es la encarnación de todas las contradicciones que constituyen el alma musical de Colomo: es pop soñador y cáustico, ingenuo y desesperado a la vez. Catorce canciones que aúnan clasicismo con exploración y despliegue de recursos vocales: Colomo no se achanta y se mete ahí donde sea que le lleve el proceso creativo —no impone un estilo, se trasviste para dar lo mejor en cada tema. Por eso la paleta es amplia y algunos son más grandilocuentes y rozan el AOR y otros son la mínima expresión del folk. Como decíamos al principio, lo que les da chicha, lo que se mantiene todo el rato a lo largo del Sistema es una constante casi invisible e impalpable, eso que tantos artistas anhelan: una voz propia.